Pensar en el encastre, las piezas. Perfectas.
Conjeturar que por algo es, por algo no. Arriesgarse a decir que aquélla lágrima que derramé, hoy te llega; y cae otra vez...La ficción, en mis ratos libres, de haber pensado -de haber tratado- el por qué; y la risa transparente que me avisa, me recuerda que no estoy lista. Una voz sigilosa, casi imperceptible, suave, desafiante, contundente, penetrante. Que espera hasta que se abra mi puerta, en el umbral...Escalofriante cuando no quiero escuchar. Piadosa, misericordiosa; Paternal. Habita como huésped regular; entra y sale a su antojo. Pero siempre dejando sus resabios. Dejando ecos. No me traiciona, y aún así me hace temblar...Sus augurios, sus susurros: palabras desarticuladas, pero firmes. Oscuras, llenas de niebla, pero claras. Me atacan de forma precisa; a mí. Sin escala llegan a mí. Y son irrevertibles, inmutables. Son perpetuas, extensas.
Me tomo mi tiempo de duelo, de silencio -no dejan de atacar-. Caigo en un profundo anonadamiento, irrevocable tristeza, malestar. Sin embargo espera, siempre espera. Pido ayuda, consuelo, y pregunto cuál es el objetivo; y durante un instante logro entrever una verdad pequeña y tímida. Se va. Con eso, me dice, tengo que saciarme, no preguntar más. Algo inabordable, inconmensurable, se esconde detrás de Él. E insiste en que no puedo verlo.
Conjeturar que por algo es, por algo no. Arriesgarse a decir que aquélla lágrima que derramé, hoy te llega; y cae otra vez...La ficción, en mis ratos libres, de haber pensado -de haber tratado- el por qué; y la risa transparente que me avisa, me recuerda que no estoy lista. Una voz sigilosa, casi imperceptible, suave, desafiante, contundente, penetrante. Que espera hasta que se abra mi puerta, en el umbral...Escalofriante cuando no quiero escuchar. Piadosa, misericordiosa; Paternal. Habita como huésped regular; entra y sale a su antojo. Pero siempre dejando sus resabios. Dejando ecos. No me traiciona, y aún así me hace temblar...Sus augurios, sus susurros: palabras desarticuladas, pero firmes. Oscuras, llenas de niebla, pero claras. Me atacan de forma precisa; a mí. Sin escala llegan a mí. Y son irrevertibles, inmutables. Son perpetuas, extensas.
Me tomo mi tiempo de duelo, de silencio -no dejan de atacar-. Caigo en un profundo anonadamiento, irrevocable tristeza, malestar. Sin embargo espera, siempre espera. Pido ayuda, consuelo, y pregunto cuál es el objetivo; y durante un instante logro entrever una verdad pequeña y tímida. Se va. Con eso, me dice, tengo que saciarme, no preguntar más. Algo inabordable, inconmensurable, se esconde detrás de Él. E insiste en que no puedo verlo.
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