Como BUEN microcosmos tengo crecidas en mis mares; días y meses de desesperación.En este otoño los barcos encallan, no avanzan. Inciertos en la nada, sus pasajeros saltan, corren, gritan abatidos y sugestionados, piden auxilio e incendian. Pelean, sobreviven.
Tengo también mis huracanes, que arrasan y arrastran todo a su paso.Primero brisa, más tarde segundos de vientos inevitables e imparables que se pagan con años de responsabilidad, tratando de reconstruir. Castiga hasta mis más profundos cimientos.
Para empeorar llega mi invierno, que congela todo. La impronta del huracán toma una actitud estática, indestructible, irrefutable. Tengo tres meses, los más largos, para contemplar las secuelas y lo poco que pude volver a edificar; sobra, claro, mucho tiempo para planear, jugar, suponer, borrar, volver a planear.
Entonces vislumbro a lo lejos una lágrima que cae de la hoja. Mi primavera florece, y con ella se derrite ese carácter de quietud, esa frialdad que amenazaba destruir. Comienza mi época pertinente al arreglo, a la conciliación; un pacto entre los escombros y yo. Refuerzo.
Verano. Luzco. Salgo, vuelvo a nacer. Estreno. Igualmente me asotan esas tormentas cargadas de rayos en plena tarde... Revuelven las hojas no adoptadas; rememoran mi otoño. Una trata de inmovilizarse -las hojas se juntan después, no durante-, pero nadie quiere viejos vestigios de un desastre planeando por ese ambiente renovado; salgo y trato de deshacerme de ellas. También la marea baja, y en mis orillas amanecen dudas de tiempos anteriores, que delinquen y con afán roban mis nuevas y no tan seguras certezas. Uno que otro eclipse me enmudece, mis noches atrapan, mis días agotan, mis tardes desarman, mis ocasos sorprenden...
Y de vuelta al ciclo.
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